La velocidad fue aumentando con mis ganas de llegar a mi destino. Iba dispuesto a todo. El mini ángel que se posó en mi hombro derecho, rogaba que me detuviera. Pero cuando me dijo “Esto puede ser peligroso”, una sonrisa involuntaria inundó mi rostro y una luz de diversión se reflejó en mis ojos.

El demonio que llevaba adentro, se adueñó de mí. Pise el acelerador aún más fuerte, la inmensidad del campo solo podía verse en soledad. En el cielo, esos sentimientos jamás tendrían. Allí eran solo órdenes.

Nada pasaba por mi cabeza en ese instante, solo miraba la ruta, esas líneas del medio… una blanca continúa y una amarilla entre cortada. Algunos laterales, sierras y muchos árboles.
No entendía por qué, este mundo tan inmenso y hermoso podría haber sido abandonado incluso por los demás ángeles. Las historias que contaban nuestros superiores eran variadas, pero la que más parecía tener sentido era la de los humanos destrozando su propio mundo.

De repente, un pequeño animal tan blanco como las plumas de las alas de los ángeles, se encontraba en mi camino. Solo atiné a volantear rápidamente. El vehículo rodó y rodó. Recuerdos, conocidos, amigos, familiares… una luz al final del túnel.


No tenía conciencia, era como volver al cielo y no haber caído jamás a la Tierra… Y nuevamente la voz que el día anterior me había enviado en mi primer lugar. “No, aún no es tu tiempo, regresa, tienes trabajo que hacer”.
Y entonces lo entendí, no me habían otorgado una segunda oportunidad. La segunda oportunidad, era para la Tierra.