
Desde un estante polvoriento
Desde un estante polvoriento, mi diario sigue con páginas en blanco. Allí espera cada noche para ser rellenado con las banales vivencias del día, pero que en sus hojas parece tomar un nuevo significado. Un significado de vida.
El ruiseñor sigue encerrado en su jaula, la profunda bocanada de aire que aspiré todavía envenena mis pulmones. Luego de escribir algunas líneas, suelo tomar una siesta en la ciudad fantasma de mi corazón. Hay alguien que ocupa mis pensamientos, alguien que sueña con los cuentos y las criaturas del río, con los fantasmas y con las sirenas, con los viejos poemas de Whitman, con locos arlequines y juguetes gigantes.
En síntesis, es un libro sobre mí. Poderosas palabras que forman mi propia vida, un verso sobre mí, un verso necesario pronunciado por un corazón puro cuya lectura podría traerme la paz. Ese gran corazón que descansa y lentamente muere. Ese gran corazón que descansa sobre el ala de un ángel. Ese gran corazón que descansa en sigiloso sufrimiento, sonriendo como un payaso hasta que termina el espectáculo.
Pero para el bis sólo queda la vieja canción del niño muerto cantada en silencio. Un vuelo de medianoche hacia el bosque de Covington; por estos territorios vivo y daría todo por amarlos aún más. Una lectura silenciosa, una obra maestra, pero vacía, comenzando en 1, 2, 3…
Veo a un muchacho normal caminando lentamente por una calle concurrida, pidiendo dinero en la lata que lleva en su mano temblorosa, mientras intenta sonreír y sufre infinitamente. Nadie se da cuenta. Yo lo hago, pero paso de largo.
Un viejo se desnuda y besa a una muñeca de plástico en su ático. La luz es tenue y él llora. Cuando por fin acaba, sus ojos se desbordan.
Veo un perro maltratado en una calle oscura. Intenta morderme. Todo orgullo ha abandonado sus ojos salvajes.
Una madre visita a su hijo y le sonríe por entre los barrotes de la prisión que lo mantiene cautivo por sus crímenes. Pero ella nunca lo ha amado tanto.
Una chica obesa entra conmigo en un ascensor, vestida a la última moda, con una mariposa verde en el cuello. Su perfume, terriblemente dulce, me ensordece. Va a cenar sola y eso la hace incluso más hermosa.
Veo el rostro de una modelo sobre un muro de ladrillo, una estatua de perfecta porcelana contra una violenta matanza en la ciudad. Una ciudad que rinde culto a la carne.
Lo primero que escuché en mi vida fue a un hombre contar su historia. Eras tú, la hierba bajo mis pies descalzos, la hoguera a altas horas de la madrugada, el celestial negro del cielo y el reflejo de la luna en el mar. Éramos nosotros, vagando por las calles lluviosas, peinando las playas atestadas, despertando cada mañana ante un nuevo panorama de dudas. Éramos nosotros, bañándonos en lugares que nadie ha visto antes, ahogados en una isla pintada de marrón otoñal, vestidos solamente con las olas: el mejor atuendo de la belleza.
Más allá de la mortalidad, permanecemos, acunados por la respiración de la naturaleza en el aire temprano del amanecer de la vida, una visión que hace callar los Cielos. Quiero viajar allá donde la vida viaje, siguiendo su permanente liderazgo; donde el aire sepa a música de nieve, donde el campo huela al Edén recién nacido. Me bañaría en un mundo de sensación, en el amor, la bondad y la simplicidad (sin embargo me viola y apresa la tecnología).
El único momento en que sentí verdadero amor fue cuando pensé en las tumbas de mi familia. Ese amor es único, pues nunca seré el hombre que fue mi padre, aunque lo intente tan duramente y siga sus pasos.
¿Cómo puedes «simplemente ser tú mismo» cuando no sabes quién eres? Deja de decir: «Sé cómo te sientes». ¿Cómo iba a saber alguien cómo se siente otra persona?
Igualmente, ¿Quién soy yo para juzgar a un preso, indigente, prostituta, político, malandra? Yo soy, tú eres, todos ellos.
Nunca hasta entonces había estado tan cerca de la verdad, tocando su borde plateado, hasta el día en que un niño me pregunto si podía jugar con él.
La muerte gana en todas las guerras: no hay nada noble en morir por tu religión, por tu país, por ideología, por fe. Por otro hombre, puede que sí.
El papel muere sin palabras, la tinta se seca sin un poema. El diario no se abrirá esta noche y seguirá juntando polvo en su estante. El mundo muere sin historias, sin amor y ocultando la belleza. El realismo descuidado cuesta almas.
Veo todas esas cunas vacías y me pregunto si el hombre cambiará algún día. Yo también deseo ser un hombre decente, pero todo cuanto soy es humo y espejos. Lo he dado todo, quizá merezca algo.
Releo entre líneas y cierro la tapa. El diario regresa a su estantería. Y ahí residirá para siempre.
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